jueves, 27 de junio de 2013

La princesa XXIII: Princesa de quita y pon


Las coronas son para quien las necesita. Los rangos, lejos de delimitar nuestros derechos, no sirven más que para recordarnos nuestras obligaciones. Ahora que ya lo sabe, la princesa siente el alivio de no tener que cargar con semejante peso sobre su cabeza. 

Ella quiere ser una princesa de esas que pueden bajarse de su trono cuando les plazca para esconderse entre la muchedumbre y desaparecer, de las que no tienen que rendir cuentas ante nadie porque no tienen ante quién...  Ella quiere ser una princesa de pacotilla. 


Por suerte, ha nacido rodeada de una familia de pirados que se hacen llamar a sí mismos cosas tan ridículas como el “Bufón de la Corte” o la “Duquesa del Bollo de Campaspero”. Con semejante palabrería, ¿quién puede tomarlos en serio?

El novio de la princesa, al que de momento hemos bautizado neutral y cortésmente como príncipe, observa el panorama desde fuera con cautela. Y, aunque en ciertos momentos envidia no haber sido nombrado caballero, la prudencia le puede y espera pacientemente que un día se le vaya del todo la pelota para ser oficialmente convencido de tan absurda titulitis familiar.

De momento, mamá, tengo que decir a mi favor, como muy sabiamente me dijiste hace ya unos cuantos capítulos, que no hay que tener prisa. No hay que tener prisa por incluir en tu familia nuevos miembros de la realeza. Todo se andará. Todavía la princesa se está acomodando a su trono nuevo y no es momento ahora de estar pensando en ampliarlo.

Eso sí, en caso de solicitar un nuevo título no dudes que será ante ti, ante esta familia de pacotilla, a la que le solicitaré tantos títulos absurdos como sea necesario.

Disculpa en esta carta mi informalidad, mi osada rebeldía verbal, pero al haber descubierto que sobre mis hombros pesa una corona de quita y pon me siento más libre, más ligera. Quizás no había comprendido hasta ahora que un título impuesto por uno mismo tiene la ventaja de amoldarse a su dueño tanto como cada uno quiera. 

No quiero traer confusión. Me halaga ser princesa y hago cuanto puedo por hacer honor a mi rango, como aquella vez que el Bufón de la Corte me dio tal golpe en el pómulo que estuve todo un fin de semana descompuesta por el traspié, o cuando me vuelvo tan sibarita como la Marquesa del Cantábrico, la marquesa de verdad, que no me aguanto ni a mí misma. Pero aún me halaga más, acabo de descubrirlo ahora mismo, poder no serlo cuando yo quiera. Y ahora no lo soy.

No ser princesa hace que nadie espere nada especial de ti, ni siquiera tú misma. Siempre he sido muy perfeccionista, muy exigente conmigo misma, cuadrada cual caja de cartón. Siempre he colocado sobre mí, sin ni siquiera darme cuenta, una corona que me hiciera cumplir lo que yo misma me imponía. Y, he de reconocer, que no me ha ido mal. 

Pero, quizás, necesitaba saber que esa corona está ahí para cuando una la solicita pero, por las mismas, un día puede decidir no necesitar. Soy una princesa, ¿y qué? Soy una princesa ante mí misma y ante quien quiera sentirme así. Soy una princesa a la que le puede quedar tan bien, ¿por qué no?, una corona de oro como una de cartón. Y, a veces, la de cartón puede hacerte sentirte igual o más feliz.

Eva

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