sábado, 23 de noviembre de 2013

La princesa XXXII: Agua de lluvia


Adoro mi entretenimiento durante los días de lluvia, éstos parecen siempre más tristes y he encontrado un trabajo que me permite mojarme, salpicarme, empaparme y hasta helarme. Aunque intuía tu marcha, este otoño aún será más triste. Quiero sentir el agua que nos va a separar  y para ello he creado un trabajo entretenido, lento y minucioso.


También es absorbente, puedo realizarlo con gran concentración, pero sobre todo moja mis manos  y mis lágrimas se confunden con el agua. Así puedo llorar a mi antojo y es tal la concentración que tengo al realizar la tarea que quedo ensimismada en la imagen y en el sonido del  agua al caer hacia los recipientes.



De esta guisa el rey de la corte, por agradarme,  mandó construir en palacio dos aljibes para recoger el agua de lluvia que cae durante los meses nublados del año. Dos aljibes negros, oscuros para mantener el agua limpia sin bichos;  uno se construyó en los jardines de entrada a palacio, cerca de los chorretones que corren los escasos días de lluvia. Otro  permanece oculto entre las enredaderas.  


Durante el año, la reina recoge el agua de forma meticulosa: un cazo de porcelana pende de un alambre moldeado al gusto, éste le introduce en el aljibe recogiendo una pequeña cantidad de agua, vertiéndola en recipientes que  más tarde deposita en los almacenes de palacio, acarreando diez  litros en cada paseo. Una tarea lenta, sin prisas.


Pero comprendo tu precipitación, no sé por qué a las mujeres se nos ocurre correr de vez en cuando, sin mirar atrás, deprisa, deprisa. Yo ahora también tengo cierta premura.  Antes del viaje, necesito nombrar caballero a tu pianista, para que su rango se emparente con el tuyo y pueda formar parte de esta familia de pacotilla. Así pues, deseo que vengas con él acompañada y celebraremos una fiesta de nombramiento. 


Encargado del mismo fue el Bufón del Reino. Vistió al músico de blanco y en la pierna izquierda el Bufón selló con un dibujo su cargo, un piano diminuto y un solo nombre “El Teclas”. Con esta vestimenta recorrió durante varios días y varias noches los lugares cercanos a palacio. Bebió, bailó y resistió con gran distinción todas las bromas. Al terminar estos festejos, nombrado “El caballero Teclas” fue invitado a tocar a palacio.


Para despedir a la princesa, la reina organizó un concierto. El festejo se desarrolló en el teatro del palacio, en un pequeño escenario situado en la planta privada de la reina. Fueron convidados familiares y  amigos. Como Invitada especial asistió su Hada Madrina, una cantante estrafalaria, que con su voz siempre ha aconsejado a la princesa tarareándole secretos a su oído.  Vino acompañada de su hija, una bailarina hermosa con un nido en la cabeza, y de su amante silencioso. Asistieron también, familiares alemanes, americanos y otros de la corte andaluza y  asturiana. De la corte castellana acudió un guitarrista, gran amigo de los reyes, que acompañó con su música toda la velada. Fueron agasajados con dulces, bocatas y bebidas exóticas. Mientras el músico tocaba el piano, otros cantaban, otros bebían y los más atrevidos subían al escenario a regalar  sus voces y sonidos.


La reina no pudo contener el deseo….Terminó el concierto con la lectura de un cuento dedicado a la princesa, el Teclas acompañó sus palabras y todos los invitados acabaron emocionados. Para lavar esas lágrimas las damas fueron obsequiadas con un tarro de cristal lacrado  que contenía “agua de lluvia” para limpiar sus lágrimas. Un fuerte aplauso arropó al caballero.

¡Feliz viaje, princesa!

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