lunes, 13 de enero de 2014

La princesa XXXIV: Me acelero


Yo también me acelero.  Aquí con la distancia tan grande y ese charco que dicen que nos separa, no siento tal distancia, te encuentro tan cerca que me imagino corriendo con los ojos cerrados por esa ciudad llena de puertas y ventanas, corro leyendo tu carta como si yo misma estuviera allí. Te fuiste con tu músico de concierto en concierto y allí tuviste que saltar el charco, como el juego de la oca, de puente a puente. Pero este viaje, como tantos otros son circulares, llegas a la meta y debes comenzar otra vez.

Siento que va a ser una ciudad bella para ti y no dudes que encontrarás un hueco en esa inmensidad. Probablemente no construyas ya un palacio y  ¿por qué no?  puedas construir un reino. Esta distancia me  abruma, pero estoy segura que en algún momento iré hacia allí para conocerte en ese nuevo  mundo. Porque este cambio sospecho que va a ser grande. 


Alguien que vuela con un cabás de recuerdos, desea quedarse un tiempo largo, sino hubieras viajado con pequeñas maletas ¿Qué hace mi princesa con un cabás? ¿Quieres alimentar algún recuerdo? O ¿Quizás necesites aprender algo más de mí?

Me miro en tu distancia y el agua de lluvia me reconforta.  Agua hervida y colada para el cutis, para  lavar las lágrimas, para tonificar, para respirar,  para curar heridas, para oír su sonido cuando lleno los botes, para llorarte sin recelo. Me miro en ti y creo ser yo misma en esa ciudad que te engulle, corro y me acelero contigo por los rascacielos y al final miro la estatua de la Libertad y te sonrío. Lo has conseguido, princesa, has comenzado a ser mayor, ahora yo tengo que mirar desde aquí, desde la distancia y dejarte crecer sola.

Un abrazo de tu madre, que pronto dejará de ser reina.


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