domingo, 2 de febrero de 2014

La princesa XXXV: Sin miedo a jugar

Descanso en una terraza de la gran ciudad, saboreo un café riquísimo con olor a canela que me recuerda a las tardes de frío que pasábamos en casa, frente a la lumbre, los días de Navidad. Me relajo y pienso cuán lejos queda ahora mi vida, mis recuerdos, mi gente. Cierro los ojos y evoco el olor a leña quemada, aromas a lavanda en tus armarios y rosas recién cortadas en tus jarrones. Abro los oídos y escucho el silencio, el cantar de algún grillo a lo lejos, pero sobre todo el silencio.


Por fin Nueva York me deja tiempo para pararme a respirar.
Y afloran los recuerdos de mi infancia, que con tanto mimo guardo entre las telas de mi niñez. Resurgen los sabores, los sonidos, los olores que tan difícil se me hacen encontrar aquí, y a los que intento, incansablemente, buscarles cara entre las caras de la gente que pasea anónima, indiferente, por las aceras.

Busco mi pasado en mi vida futura. Y aunque, sin acierto he buscado tu rostro en otros rostros, he decidido resolver el asunto a base de imaginación. Como tú misma, estoy segura, harías en cualquier situación que se preste.

Me siento en esta terraza cada tarde a rememorar el olor de mi inocencia, de la vida de la princesa, del fantasioso mundo de su reina. Me dejo llevar por los recuerdos de tu cuarto de disfraces y dejo volar tus cuentos muy alto, tan alto como los rascacielos que me rodean, para que puedan ver la luz del sol.

Me pongo sombreros, me los quito, me los vuelvo a poner. Cada vez más extravagantes y escandalosos, y me miro al espejo con ojos de niña mala y me río con maléfica tranquilidad. No me preocupa. Tus excentricidades aquí pasan desapercibidas. Y me siento libre, extravagante, pero libre. Y siento que llevo encima siempre conmigo una pequeña parte de ti.

La niña cándida e inocente que se marchó tan lejos se siente fuerte, segura, valiente. Se siente más reina que princesa. Y quizás sea tu ausencia, por este gran mar que nos separa, la que me haga creerme fuerte para llenar tu vacío.

Y aunque es cierto que una madre siempre ve a su niña como la princesa que fue, mi corona sigue pareciendo extraña ante la silueta de la gran manzana. Quizás tengas razón y tu pequeña haya empezado a hacerse mayor. Tú siempre descubres mis pasos antes de que yo los dé. Tú siempre tan bruja, tan adivina. Y yo, tomo prestado tus atuendos y me encuentro entre la gente disfrazada de reina en Nueva York.

No corras mamá, no hay prisa. Tus recuerdos ya han encontrado su sitio. Yo los paseo conmigo, porque aquí no hay miedo a jugar. Aquí siempre habrá un espacio para ti. Y tú siempre serás la reina.

Eva

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