domingo, 19 de octubre de 2014

La habitación

- Hola hijo, vengo de la ferretería, ¡cómo pesa esto! 
Azul clemátide, si eso dice aquí, azul clemátide. ¿Qué te parece? Va a quedarte una habitación preciosa, ya iba siendo hora de que le diéramos una manita, lleva con el mismo color verde desde hace veintitrés años, iba a juego con la colchita de tu cuna…

Bueno, bueno, bueno y no te vas a creer a quien me he encontrado por la calle. Nada más y nada menos que a María José. ¿Pero a qué no sabes de quién iba agarrada del brazo? ¿Te acuerdas del muchacho grandote, el que era segundo portero de tu equipo?... ¿Cómo se llamaba?... Gonzalo, si eso era… Pues de Gonzalo no, ¡de su padre! ¡Pero si le saca 20 años! ¡Ay Dios mío, este mundo está cada día más loco! Esa exnovia tuya, ya te dije que era una fresca. Quedó patente cuando te dejó, o más bien cuando te abandonó; no me mires así porque es la “purita” verdad. Era muy niña e inmadura para atender todas tus necesidades y estar a tu lado, tanto antes cuando estabas estudiando para convertirte en el mejor médico de toda la provincia de Cádiz, como después… lo de después es lo que la desenmascaró…



Por cierto, hace días que no viene por aquí tu amigo Alfonso. Creo que ya ha empezado la temporada de la caballa, su padre debe haberlo obligado a embarcar. Si hubiera retomado los estudios… pero el pobre nunca volvió a ser el mismo, siempre se sintió culpable…

¡Maldita sea la hora en que se te ocurrió saltar desde ese risco! ¡Pero no viste que la marea estaba muy baja! Si apenas el agua nos cubría las rodillas, bueno las mías no, las de tu primo que fue el que se zambulló corriendo para sacarte del mar, yo no era capaz de mover un músculo, me quede paralizada…


El último verano de nuestras vidas…


Desde hace dos años recluidos entre estas 4 paredes. Y tú, mi hijo del alma, ahí tumbado, sin más futuro y horizonte que el que se vislumbra a través de esta ventana, ¡que ironía!, al fondo el mar que nos dio de comer hasta que tu padre faltó y que ese día de verano me arrebató tu alma, ahora opacada tras esa mirada perdida…
 

No, no, no, ¡Pero nada de penas cariño! Que aquí está tu madre para cuidarte. Te voy a preparar una cremita de verduras para chuparse los dedos…

- Piiiiiiiiiiiiiiiiiii
- ¡La puerta! ¿Quién será a estas horas?
- Hola Consuelo
- Milagros, a ver si tienes un poquito de sal.
- Pasa, pasa.
- Y el niño ¿qué tal?
- Estable, como siempre, entra a verlo, esta mañana está tranquilito, mirando al mar.
- ¿Dónde lo tienes?
- En la habitación.



Jaime Rufino González

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